Me resulta difícil entender y encajar la tristeza y el desánimo que siento. Desde mi posición, me resulta difícil entender muchas cosas. Mucho más, explicarlas y compartirlas. Me gustaría gritar ese desánimo y echarlo fuera. Pero no se como hacerlo. Así que por aquí ando, preguntándome sobre la falta de conciencia y de sentido vital en el que andamos como sociedad. No puedo dar lecciones a nadie y no pretendo hacerlo. Pero necesito expresar lo que siento y pienso.
Somos unos privilegiados. Lo somos por tantas cosas que quizás ni queramos enterarnos. Vivimos en un país rico, sin guerras, tenemos derechos, y en gran medida, la posibilidad de elegir el tipo de vida que queremos vivir. Tenemos tantas cosas con las que millones de personas de otros lugares de este planeta ni siquiera pueden soñar que, quizás, ni nos damos cuenta de eso.
No sé como llamarán en los libros de texto a estos años en los que nos ha tocado vivir. A veces pienso que se están produciendo cambios enormes y otras veces pienso que son cambios aparentes porque las reglas de cómo funciona la sociedad siguen siendo las mismas. Los avances tecnológicos están cambiando el Mundo a un ritmo que nos cuesta seguir. La información con la que hoy en día convivimos es tan grande que más de una vez me he preguntado como sería haber vivido en el mismo lugar 200 años antes. ¿Mis preocupaciones serían las mismas?
Como sucede con tantas otras cosas, a veces valoramos en muy poco lo que tenemos cuando consideramos que se trata de algo normal. Vivimos en un país del primer mundo, lo que significa que la mayoría de nosotros sabe leer y escribir (aunque a veces no lo parezca). Leer y escribir. Y tantas otras cosas que tenemos y no valoramos.
Gracias a la educación y al desarrollo tecnológico, el mundo ha cambiado. A un ritmo increíblemente rápido. Para mi es una revolución en la que estamos inmersos. Una revolución que afecta a cada vez a más personas en un mundo que intenta convertirse en global. ¿Acaso hay otra posibilidad?
La información y el conocimiento al que tenemos acceso pienso que tiene un coste que debemos asumir. Es el coste de tomar partido. De ejercer la libertad para actuar. De tomar conciencia, de posicionarse. De compartir un sentido vital por unos valores universales. Los valores de la humanidad (la leche, que hago yo aquí diciendo estas cosas).
Todo esto de la conciencia y el sentido vital es algo en lo que cuesta pensar. Hay cientos de cosas en las que ocuparse más sencillas y divertidas. Pero es una cuestión que tiene que ver con cada uno de nosotros. Y de nosotras. Tiene que ver con todo ser humano. Y es una cuestión sobre la que todos tenemos que elegir donde queremos estar.
Llevo semanas y meses con dos ideas que se mezclan en mi cabeza, intentando conectarse, pidiendo salir, expresarlas con sentido.
La tecnología avanza que es una barbaridad, que decía alguien. Y nos transforma. Por ejemplo, hoy en día, no solo podemos acceder a todo tipo de información por Internet. Podemos comentarla. Y podemos entendernos o enfrentarnos con otras personas opinando sobre cada noticia.
Esto es la leche, ¿no? Esto pasa a un nivel tan global e inmediato que todo se comenta. Los medios online, las redes sociales,… Cada vez mas información (¿o desinformación?), mas rápida y mas accesible. Lo sorprendente es que parece que la forma de expresión elegida cada vez mas es censurar, ridiculizar, insultar y llevar los discursos (porque los debates no existen) a cuestiones que no tienen nada que ver con la información que se presenta. Todo está polarizado y lo que al principio me resultaba sorprendente, ahora me parece triste.
Sabemos leer y escribir. Pero resulta que leemos y escribimos para no entendernos. Expresamos opiniones para escucharnos a nosotros mismos, sin buscar la comunicación. La lógica de estas conversaciones parece ser llegar a ningún punto.
Estos nuevos procesos y canales de comunicación parecen dar lugar a “conversaciones” cada vez más superficiales. (Quizás es que cada vez somos más superficiales). Parece que antes de elegir por la reflexión y el intento de dialogar, de compartir, nos diésemos por satisfechos con repetir lo que consideramos correcto según donde nos sitúen nuestros zapatos. Según el grupo, la tribu, el partido, el equipo, etc., en el que hemos decido militar. Cada vez hay más ruido, cada vez nos escoramos más. Y cada vez todo el mundo parece estar mas enfadado con el de al lado. Nos hacemos más intolerantes y parece que interesa más escucharnos a nosotros mismos soltando sentencias que parecen contener la verdad absoluta sobre cualquier cuestión, sea la gilipollez de turno o una cuestión existencial, que entender al otro. Nos interesa muy poco ponernos en el lugar de otros. En entender porque piensan de una forma diferente. Nos hemos acostumbrado a lo fácil y todo lo buscamos simplificado. Todos creemos ser los buenos y los que tenemos la razón.
Nos comportamos como niños. Como adolescentes heridos que se defienden atacando, sin pensar mucho en las consecuencias de las palabras. Las palabras que expresan nuestra forma de pensar y elegir libremente. Ya se que ni todos ni todo es así, afortunadamente, pero no puedo evitar sentir que cada vez reaccionamos de forma más visceral, con más intolerancia, con menos respeto por el resto de personas, de seres humanos. Esto llevado a su máximo extremo produce personas que entienden que es corrector poner una bomba y quitar de en medio a quienes no comparten sus pensamientos.
Somos parte de los privilegiados del mundo. Pero parece que en lugar de ser más felices por esto, lo que parece es que acumulamos más odio, más rechazo a los que no piensan como yo o son diferentes, más intolerancia y falta de respeto. No es algo absoluto, pero ¿no es parte del día a día?
¿Dónde estás nuestras consciencias? ¿Acaso nos las han robado? ¿Dónde está el sentido de la comunicación? ¿A que tipo de conversaciones estamos llegando? Todos estos nuevos espacios para la comunicación, se han convertido en muros de odio, rechazo, intolerancia,…
Antes hablaba de dos cosas. Información y Conocimiento. Y hablaba de conciencia. Y del coste de mirar hacia otro lado.
Cuando hablo de coste, lo relaciono con lo siguiente. Hoy en día, todo el que quiere (y el que no también) sabe lo que pasa en el mundo. No solo sabemos lo que pasa en nuestro barrio, en nuestro pueblo o ciudad. En nuestra provincia, comunidad autónoma o país. Sabemos por ejemplo, que la gente en la India estos días se ha echado a las calles porque está harta de la corrupción de sus gobernantes. Hay mucha gente echándose a la calle para protestar y las causas, en casi todos los casos son las mismas.
Las desigualdades entre las personas, en lugar de disminuir, aumentan. A muy pocos de los que más tienen parece que les preocupe esto. Parece que aún seguimos pensando que hay seres humanos de distintas categorías. Quizás sea porque durante siglos ha sido así.
Sabemos que hay millones de personas, de seres humanos, como nosotros, que no tienen ninguna oportunidad. No tienen nada. Y aceptar eso y no actuar, tiene un coste. Podemos ser egoístas y querer tener mas sin importarnos los que no tienen nada. Pero hoy en día esto tiene un coste.
Y creo que el reflejo del coste de esa elección, cuando decidimos mirar hacia otro lado, lleva a una perdida del sentido vital. Se crea un vacío interior, que es proporcional al odio interior que parece ir calando en nosotros. Por mucho que queramos prestar atención a otras mil cosas, hay personas que no tienen nada, ninguna oportunidad y eso es algo que hoy en día sabemos todos. Es algo tan tremendo que, si nos paramos a reflexionar y tomamos conciencia de esto, solo nos quedan dos opciones: Actuar o mirar hacia otro lado.
Y esa es nuestra libertad. Y la toma de conciencia y de sentido.
Podemos utilizar los privilegios que tenemos para vivir en una especie de infancia-adolescencia social, atendiendo solo a nuestros caprichos y reaccionando con agresividad cuando se nos niega aquello que entendemos que son nuestros derechos. Reaccionando con odio, quizás porque internamente sabemos que somos participes en la medida que aceptamos que las reglas del Mundo no cambien.
También podemos actuar y utilizar nuestra libertad para elegir hacer del mundo un lugar mejor para todos.
¿Cómo sería el mundo si fuésemos militantes por un mundo mejor con la misma vehemencia que ponemos al defender a nuestro equipo de fútbol o al partido político con el que nos identificamos? ¿Qué cambiaría defender con esa energía los derechos de quienes no tienen nada? Muchas cosas pueden cambiarse si de verdad queremos defender un mundo mas justo, mas igual y tartar a millones de personas que no tienen oportunidades como los seres humanos que son.
“Nosotros mismos debemos ser el cambio que deseamos ver en el mundo” Gandhi.
En fin, como siempre, disculpad por la charla.